De la “tierra prometida” a la ocupación permanente
La historia de la creacion de la nación israelí, si se observa con perspectiva, parece marcada por una constante: la ocupación y el despojo justificados bajo una supuesta promesa divina.
Los relatos bíblicos sitúan el origen de este destino en un episodio fundacional: un Dios llamado Yahvé habrían prometido a Abraham y su descendencia una tierra fértil donde ya residían otros pueblos, los cananeos. A partir de ahí, a sangre y fuego, se construyó una narrativa que legitimaba la conquista violenta. Sin embargo, conviene recordar un dato que suele pasarse por alto: Abraham no era ni hebreo ni israelita; provenía de Ur, en la baja Mesopotamia (la actual Irak). Fue desde allí desde donde se desplazó hacia Canaán. Es decir, los patriarcas llegaron como extranjeros a una tierra habitada.
Ese mito de la “tierra prometida” ha funcionado, durante siglos, como una justificación sagrada para adueñarse de lo que no era suyo. Una visión religiosa convertida en doctrina política que, en pleno siglo XXI, sigue proyectándose en la ocupación de territorios palestinos.
El presente: Gaza bajo fuego
Estos dias, Israel volvió a mostrar esa continuidad histórica en su versión más cruel. Un bombardeo sobre una escuela en Jabalia (norte de Gaza) dejó decenas de muertos, entre ellos niños, adolescentes y adultos que desayunaban en el patio. Una masacre más en una lista interminable que acumula ya más de 60.000 muertos desde el inicio de la ofensiva.
Mientras tanto, en el debate político internacional, se evita pronunciar la palabra genocidio. La derecha europea y española, más pendiente de capitalizar electoralmente la antipolítica, se niega a reconocer lo evidente: que estamos ante una violación sistemática de los derechos humanos de un pueblo.
Comparar Gaza con Ucrania, como algunos intentan hacer, carece de todo sentido. En Ucrania hablamos de una guerra convencional, de un país invadido por otro Estado. En Gaza, en cambio, se justifica la destrucción de una población entera bajo el pretexto de la lucha antiterrorista contra Hamás. Aplicado a nuestro contexto, sería tanto como decir que para acabar con ETA hubiera sido legítimo bombardear Bilbao, Donostia o Gasteiz. Una barbaridad inasumible.
De la defensa a la expansión
El relato oficial insiste en que todo esto es defensa propia. Pero la realidad es más evidente: lo que se persigue es ocupar toda la Franja de Gaza y Cisjordania, completar el viejo sueño de la “tierra prometida”. Los asentamientos ilegales en Cisjordania, el desplazamiento forzoso de familias palestinas, y la devastación sistemática de Gaza son pasos de un mismo plan.
Al final es cumplir con el mandato de un dios inmisericorde que empuja a la aniquilacion de un pueblo, simplemente porque no es el elegido por este mismo dios, O eso es lo que en una vision, a un pastor llamese Abraham o Moises, se le aparecio (o le parecio a el en sus sueños, depende lo que entendeamos por dogma de fe)
No se trata de coyuntura, de un estallido más de violencia. Se trata de una lógica estructural: expandirse y borrar la presencia palestina del mapa.
La historia del pueblo israelí se ha sostenido durante siglos sobre un mito: un pastor que un día tuvo una visión de que Dios le daba una tierra. Ese mito sigue funcionando hoy como cobertura moral de una política de hechos consumados.
Cuando vemos las imágenes de Jabalia, de los cuerpos cubiertos con mantas tras un bombardeo, resulta imposible seguir hablando de “daños colaterales”. No es defensa. No es proporcionalidad. Es ocupación, limpieza étnica y genocidio.
Y lo mínimo que puede hacer la comunidad internacional es llamarlo por su nombre.