El palacete de Marceau, memoria y presente
El número 11 de la Avenue Marceau de París no es un edificio cualquiera. En septiembre de 1936, en pleno estallido de la Guerra Civil, el EAJ PNV lo adquirió como sede en el exilio. Allí trabajó el Lehendakari Aguirre, allí se mantuvo la representación del Gobierno Vasco cuando Franco se imponía en el Estado. Fue incautado por los nazis en 1940, recuperado tras la liberación de París, y de nuevo arrebatado al Partido por el régimen franquista en 1951, con la complicidad de las autoridades francesas.
Durante décadas albergó el Instituto Cervantes. Con la Ley de Memoria Democrática, España reconoció en 2024 la restitución del inmueble al EAJ PNV, devolviendo así un símbolo que había sido robado.
Por fin ayer 20, el EAJ PNV celebró con solemnidad en París la devolución de aquel palacete. Hubo discursos, se izó la ikurriña y se descubrió una placa conmemorativa en euskera y francés:
"Símbolo de exilio, libertad y democracia. Aquí recibió cobijo el Lehendakari Aguirre. Robado por los nazis a EAJ-PNV y recuperado en 2025."
La foto oficial muestra en primera fila a las actuales cabezas visibles: el Lehendakari Pradales, Andoni Ortuzar, Aitor Esteban, cargos institucionales, dirigentes actuales y familiares de históricos. Una imagen, solemne, simbólica
Pero viendo las imágenes, se percibe también un vacío. Desde Aguirre hasta Pradales, el salto es evidente. Entre medio parece que el Partido no hubiera existido.
Los burukides que levantaron al EAJ PNV en los años 70 y 80, en la clandestinidad y en la difícil Transición, no aparecen. Los Anasagasti, Garaikoetxea, Bergara, Pradera, Sodupe… son irrelevantes para quienes ocupan hoy la primera fila.
Por decencia y por respeto, debieron estar allí. Ellos son presente, pasado y futuro. Todo empezó con ellos. Si hablamos de memoria, si hablamos de reconocimiento, ¿no era París la ocasión para mostrar generosidad?
El EAJ PNV proclama que la devolución del palacete es un acto de justicia histórica. Y lo es. Pero al mismo tiempo, en su propio gesto faltó la inteligencia emocional: reconocer que el Partido no empezó ni termina con la actual dirección.
En el acto hubo ikurriña y placa de bronce. Faltó el gesto humano: invitar y dar visibilidad a quienes sostuvieron el EAJ PNV en tiempos difíciles, cuando no había rentas de alquiler ni fotos solemnes.
La historia enseña que los partidos que olvidan a los suyos acaban vacíos por dentro. Y en ese vacío, otros —como Bildu— encuentran terreno fértil. Veremos qué apoyos encuentran los actuales dirigentes si un día vienen mal dadas.
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